lunes, abril 10, 2006

El día siguiente

Recuerdo cierta vieja película ambientada en no sé que periodo de la historia romana, el de la monarquía, me parece. Un militar debe castigar a alguien o vengarse de no se qué cosa. El asunto es que entra a la tienda del tipo y lo mata. Pero luego descubre que se ha equivocado. Entonces se dirige hacia alguna cosa donde se ha encendido fuego. El militar dice entonces: "Esta mano ha derramado sangre inocente y, por lo tanto, debe purificarse". Acto seguido, mete la mano al fuego, la mantiene largo rato en él resistiendo del dolor, hasta que un amigo cercano lo retira. Pero es demasiado tarde, la mano ha quedado dañada, inutilizada.

El día de la segunda vuelta, no pocos de nosotros querremos, sin duda, hacerle algo parecido a la mano con la cual trazaremos el aspa o la cruz, cuando tengamos que elegir entre el malo conocido y el malo por conocer. Habremos de hacer lo que nunca hubiéramos hecho: votar por ése, por el que no pensábamos votar. Y, lo que es peor, intentar convencer a otros, a aquellos que pretenden votar en blanco, de que tienen que votar por aquel por el que nunca hubiéramos querido votar nosotros mismos. Me espanto de lo que voy a hacer. No será como el día de ayer, donde todo se resolvió en un segundo, lo que me daba autoridad moral para quejarme de los demorones. Ese día, en la cámara secreta, sostendré una lucha encarnizada, el duelo final, entre la repulsa y la necesidad. Difícilmente creeré en lo que estoy haciendo: estaré viviendo lo que vi en alguna antigua película de terror. Una película en la cual a un sujeto que ha perdido la mano le cosen la de otro tipo, con la consecuencia de que la mano cobra vida propia. Así me sentiré, sin duda. Y mientras tanto, el beneficiado me sonreirá desde la cédula con la expresión cachacienta, autosuficiente, soberbia del que sabe que nos tiene entre sus manos. O, mejor dicho, del que cree que nos tiene en sus manos.

sábado, abril 08, 2006

Saludos desde la víspera

Hoy es 8 de abril, víspera de elecciones en el Perú. Hay incertidumbre: para quienes navegamos en Internet, la prohibición de difundir encuestas no resulta efectiva. Las podemos leer en los medios del extranjero. La brecha digital nuevamente se manifiesta; información accesible sólo a ciertos privilegiados... (1)

Bueno, gran parte de la brecha digital es, sin duda, voluntaria: otra cosa no puede deducirse tras escuchar los estentóreos gritos de tanto chiquillo jugando no se qué juego en línea en casi todo el resto de las cabinas. Los más silenciosos están inmersos en el chat. Ninguno de ellos probablemente abre ningún periódico (2), menos buscará alguno en Internet. Quién sabe si algún tímido freak ande por allí hurgando en páginas científicas o literarias, extasiado ante las nuevas posibilidades de acceder al conocimiento.

Pero bueno, volviendo al tema, intento quebrar tal brecha digital difundiendo por las ondas de Radio Bemba lo leído en la WWW. Pero después de almorzar mi comunicación con individuos de la especie humana no ha sido precisamente prolífico. Llamadas para coordinar una reunión de trabajo de La Plazuela (brevísimas porque fueron hechas desde y a celulares), un breve también diálogo en el Messenger, en el que no hubo tiempo para hablar de política, las personas que atienden en la cabina para pedirles un par de indicaciones... Y bueno, tal vez más tarde, si hay ocasión. En la peluquería, puede ser, aunque tampoco ahí suelo conversar cuando voy y no sé por qué tendrá que ser esta vez distinto. "Señoras y señores que se encuentran del otro lado del acantilado digital, tengo para ustedes una primicia... Y no se las voy a contar....!"

Pero no, no me siento ni privilegiado ni poseedor de los secretos arcanos. Es más, me pregunto si tuvo sentido entrar a la prensa extranjera y leer las dichosas encuestas prohibidas. ¿Gané realmente algo? No lo hice para orientar mi voto: éste ya está decidido desde hace semanas. ¿Entonces? La mera e inútil curiosidad. O morbo electoral, podríamos llamarlo, quizás. Igual que probar un delicioso postre que va a llenar el estómago y llevar al orgasmo a nuestro paladar, mas no a alimentar el cuerpo.

(1) Privilegiados en cuanto al conocimiento, claro está, porque para formar parte de la "clase privilegiada", en el sentido tradicionalmente monetario del término, mis bolsillos semivacíos han sido siempre un pesado lastre.

(2) Salvo para hacerle un espacio digno a las "gracias" del perrito, esto en el caso de que la mamá o la empleada no se ocupen de tan noble tarea.